El duelo es un tema del que, quizás, no nos gusta hablar demasiado. Se asocia, casi automáticamente, a la pérdida de un ser querido, y aunque esto es una parte importante del duelo, no es su única manifestación. El duelo también surge cuando perdemos algo esencial en nuestra vida, ya sea una relación, un trabajo, una etapa o incluso una rutina. Cualquier pérdida significativa puede generar un proceso de duelo, y lo que complica este proceso es que muchas veces no sabemos cómo transitarlo.

El duelo es ese espacio intermedio donde, de alguna manera, seguimos vinculados con lo que ya no está. Aún si la persona o la situación han desaparecido físicamente, su presencia sigue viva en nosotros, en nuestros pensamientos, en nuestras emociones. Recuerdo cuando murió mi padre. Poco después, falleció El Potro Rodrigo, un ícono que marcó a muchos. Y aunque mi papá ya no estaba para comentar sobre esa noticia, lo curioso fue que me encontré a mí misma hablándole sobre eso, como si aún pudiera escucharme. Esto me hizo darme cuenta de que el duelo no es solo la ausencia de una persona, sino la persistencia de lo que dejaron en nosotros.

El duelo tiene varias etapas que ya conocemos: negación, ira, negociación, depresión y, finalmente, aceptación. Pero estas no son lineales, no avanzamos de una a la otra como si se tratara de un simple recorrido. Muchas veces, retrocedemos, nos atascamos en alguna de ellas o las repetimos de maneras que no esperamos. Y es precisamente esto lo que hace que el duelo sea tan complicado de manejar: queremos que sea rápido, queremos dejar de sentir dolor lo antes posible, pero en esa urgencia cometemos un error. Intentamos anestesiar el sufrimiento, ya sea distrayéndonos, trabajando más, saliendo con amigos, haciendo cualquier cosa para no pensar. Sin embargo, lo único que conseguimos es postergar el proceso. Al final, no podemos escapar del duelo.

La cultura en la que vivimos no ayuda. Nos enseña que el dolor es algo que debemos evitar a toda costa. Nos bombardea con imágenes de felicidad instantánea y soluciones rápidas, como si hubiera una pastilla mágica para superar la tristeza. Pero el duelo es un proceso que necesita tiempo, y no podemos saltarnos ese tiempo. La única forma de sanar es atravesarlo. Y esto no es fácil de aceptar, porque implica que debemos abrirnos al dolor.

El duelo es como una herida profunda. Si la dejamos abierta, expuesta al aire, duele, pero eventualmente se cura

Una vez leí una metáfora sobre el duelo que me resultó muy clara: el duelo es como una herida profunda. Si la dejamos abierta, expuesta al aire, duele, pero eventualmente se cura. Si la cubrimos, si intentamos ignorarla o taparla, puede que se infecte y tarde mucho más en sanar, o incluso que nunca lo haga del todo. Así funciona con nuestras emociones. Si no las enfrentamos, si no las vivimos, si no las dejamos salir, el dolor puede quedarse dentro de nosotros, como una infección que nunca desaparece.

Una de las claves para sobrellevar el duelo es transformar esa pérdida en algo positivo, en algo que nos permita seguir adelante. Cuando perdemos a alguien o algo, nos queda su recuerdo, pero también nos queda la posibilidad de transformar ese recuerdo en acciones. Mi padre, por ejemplo, sigue vivo en mí cada vez que hablo de él, cada vez que recuerdo sus palabras o comparto una anécdota suya. Y así, aunque ya no esté físicamente, sigue presente. Lo mismo pasa con cualquier cosa que perdemos. Lo que fue importante para nosotros sigue siendo parte de quienes somos, y en esa medida, nunca se va del todo.

Mi padre, por ejemplo, sigue vivo en mí cada vez que hablo de él, cada vez que recuerdo sus palabras o comparto una anécdota suya

El amor es lo que más perdura en el tiempo. Al final, cuando ya no queda nada más, lo que hemos compartido, lo que hemos dado y recibido, eso es lo que permanece. A través de los recuerdos, de las historias que contamos, del cariño que sentimos, lo perdido sigue vivo de alguna manera. No es el mismo tipo de presencia que antes, pero es una presencia real, aunque intangible.

No obstante, esta transformación no ocurre de la noche a la mañana. Es un proceso lento, que exige paciencia y, sobre todo, comprensión. No hay un manual para atravesar el duelo, ni una fórmula mágica que funcione para todos. Cada uno tiene su propio tiempo, su propio ritmo. Algunas personas logran avanzar más rápido, mientras que otras necesitan más tiempo. Y eso está bien. Lo importante es entender que no estamos obligados a dejar de sentir de inmediato. No es un fracaso estar triste, ni está mal extrañar lo que ya no tenemos.

Aceptar que el dolor es parte del camino hacia la sanación es el primer paso para superarlo

El duelo es parte de la vida. Evitarlo o ignorarlo no nos hará más fuertes, solo nos hará más frágiles. Aceptar que el dolor es parte del camino hacia la sanación es el primer paso para superarlo. Y aunque al principio parezca imposible, al final, siempre encontramos una forma de seguir adelante, con lo que hemos perdido, pero también con lo que nos ha dejado.


Soy Pao Oliva ,
Coach en recuperación de Adicciones
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